martes, 9 de abril de 2013

Texto para el comentario crítico 2

No hay materia tan fascinante como la que viene proporcionando la neuropsiquiatría. Ayuda a entender comportamientos que creíamos consecuencia de la cultura. Lo extraordinario es que a menudo esos hallazgos se han esperado con el hacha de guerra levantada. Así lo sabe la doctora Brizendine, neuropsiquiatra, que ha publicado un fascinante libro, El cerebro femenino, recogiendo lo que hasta el momento se sabe sobre el particular. La doctora Brizendine asegura que tuvo reparos al contar que el cerebro de la mujer reduce su tamaño durante el embarazo y no vuelve a su estado anterior hasta seis meses después del parto; así, la naturaleza ayuda a la mujer a concentrarse en sacar adelante a un cachorro tan desprotegido como es el humano, pero esa información podría ser aprovechada por quienes defienden que las mujeres no deben volver a trabajar. La doctora Brizendine sabe que ciertos grupos quieren que la naturaleza les dé la razón y la naturaleza se empeña en seguir sus particulares criterios 
de sensatez. 
Por otra parte, nadie puede evitar que la neurología avale ciertos estereotipos, como el de que las mujeres disfrutan hablando. Cuando las adolescentes se reúnen para intercambiar confidencias segregan oxitocina, la hormona de la intimidad. En vez de entender esto a la manera masculina (ellas tienen propensión al cotilleo) o a la manera femenina (la charla era el consuelo de las mujeres), la neurología considera esta afición como la consecuencia de un cerebro que posee una innata capacidad verbal: las mujeres echan mano de unas veinte mil palabras al día y los hombres rondan las siete mil. ¿Por qué entonces la mujer ha estado sometida al hombre en la mayoría de las sociedades? La historia nos dice que antes del control de la natalidad la mujer sufría una media de veinte embarazos en su vida. Con tantas bocas que alimentar le resultó imposible integrar las filas de los padres de la filosofía. La neurología nos informa de las tendencias innatas, lo cual fastidia a unos y a otras. Unos quieren vernos en el papel de siempre, otras consideran el instinto maternal una falacia. Y la ciencia sienta las bases para una discusión pendiente que no debiéramos desaprovechar: la posibilidad de conciliar lo que somos con lo que deseamos ser. 
ELVIRA LINDO, El País

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